Es así como se denomina la organización escolar que está en función de la educación para la vida y el bien-estar y bien-ser de todo el alumnado.
Una escuela cuya organización tiene en cuenta no solo el rendimiento académico al amparo del currículo establecido, sino que además tiene en cuenta el cuidado del aprendizaje y las relaciones de convivencia con todo lo que conlleva de emociones y afectos. Para ello, es preciso arbitrar una serie de recursos que trascienden el currículo establecido para tomar como referente el currículo oculto.
¿Y qué es el currículo oculto? Pues nada más y nada menos que aquel que tiene en cuenta las características emocionales, afectivas e intelectuales del alumnado. Alimentando este potencial que poseen los alumnos, es posible el desarrollo de nuestros chicos como sujetos autónomos, críticos, libres, igualitarios, dialogantes, respetuosos, empáticos...
¿Y cómo hacerlo? Evitando estructuras rígidas, favoreciendo una organización democrática y participativa de todos los miembros de la comunidad educativa, cuidando los detalles de atención al alumnado, sensibilizándonos de las necesidades de los demás, favoreciendo el diálogo y el encuentro entre todos los miembros de la comunidad educativa, consensuando ideas, estableciendo unas relaciones cordiales y fluidas entre profesorado y familias, cuidando en fin las relaciones humanas.
¿Y quiénes tenemos que hacerlo? TODOS. Es decir, los adultos, espejos donde se miran los niños: maestros y familia. Y para que la imagen de este espejo no resulte distorsionada, nada como unificar criterios.
¿Por dónde empezamos? Sin duda, por la PARTICIPACIÓN familia-escuela a través de todos los mecanismos posibles, muchos de ellos, ya establecidos aunque no aprovechados, y cualesquiera que sean susceptibles de establecer. Nada puede proporcionar mayor seguridad a un niño que un camino claro a seguir, coherente, unificado y donde se sienta atendido en todas sus necesidades.
Nos queda una última pregunta: ¿Cuándo empezamos?